El presidente del Grupo Banco Mundial, Jim Yong Kim, abogó porque los Estados presten mayor importancia a las inversiones en capital humano, ya que son los aspectos que fundamentan el verdadero crecimiento económico y la inclusión social.
Kim refiere que los economistas del desarrollo han estimado que el capital humano por sí solo explica entre el 10% y el 30% de las diferencias en el ingreso per cápita de los países.
A continuación, el artículo:
El déficit de capital humano Jim Yong Kim, presidente del Grupo Banco Mundial
Publicado en la revista Foreign Affairs
Los Gobiernos que buscan el crecimiento económico adoran invertir en capital físico: carreteras nuevas, bellos puentes, aeropuertos relucientes y otras obras de infraestructura. Por lo general, sin embargo, están mucho menos interesados en invertir en capital humano, que es la suma total de la salud, las habilidades, los conocimientos, la experiencia y los hábitos de una población. Esto es un error, porque si se descuidan las inversiones en capital humano, se puede debilitar drásticamente la competitividad de un país en un mundo en rápida transformación, en el que las economías necesitan cada vez más talento para sostener el crecimiento.
A lo largo de la historia del Grupo Banco Mundial, nuestros expertos en desarrollo han estudiado en profundidad qué medidas hacen crecer las economías, cuáles ayudan a las personas a salir de la pobreza y cómo los países en desarrollo pueden invertir en prosperidad. En 2003, el Banco publicó el primer informe anual Doing Business, en el que se clasificaba a los países según numerosos aspectos, desde el pago de impuestos hasta el cumplimiento de contratos. Los resultados de esos informes han sido difíciles de ignorar: jefes de Estado y ministros de Finanzas se enfrentaron a la posibilidad de que la inversión extranjera directa disminuyera si las empresas decidían invertir en países con un mejor clima para los negocios. En los 15 años transcurridos desde entonces, Doing Business ha inspirado la implementación de más de 3180 reformas regulatorias.
Ahora estamos adoptando un enfoque similar para canalizar la inversión en personas. Expertos del Grupo Banco Mundial están elaborando un índice nuevo para medir en qué grado el capital humano contribuye a la productividad de la próxima generación de trabajadores. El índice —que se presentará en octubre en Bali, durante las Reuniones Anuales del Grupo Banco Mundial— medirá la salud y la cantidad y calidad de educación que un niño nacido hoy puede esperar alcanzar a los 18 años.
Los académicos saben mucho sobre los numerosos beneficios que se derivan de la mejora del capital humano. Sin embargo, sus conocimientos no se han traducido en un llamado convincente a la acción en los países en desarrollo. Uno de los factores limitantes es la escasez de datos confiables que expongan claramente los beneficios de invertir en capital humano, no solo para los ministros de Salud y Educación, sino también para los jefes de Estado, los ministros de Finanzas y otras personas influyentes de todo el mundo. Por ese motivo, un índice de capital humano que se aplique a todos los países puede impulsar más y con mayor eficacia las inversiones en las personas.
En las últimas tres décadas, la esperanza de vida en los países ricos y pobres ha comenzado a converger. La escolarización se ha expandido enormemente. Pero el programa de trabajo sigue inconcluso: casi una cuarta parte de los niños menores de 5 años sufren malnutrición, más de 260 millones de niños y jóvenes no asisten a la escuela, y el 60% de los que concurren a las escuelas primarias en los países en desarrollo siguen sin alcanzar un nivel mínimo de competencia en el aprendizaje. Hay demasiados casos de Gobiernos que no invierten en su población.
EL PODER DE LAS PERSONAS
El valor del capital humano puede calcularse de varias maneras. Tradicionalmente, los economistas lo han hecho midiendo cuánto más gana una persona por haber asistido a la escuela mayor cantidad de años. En diversos estudios se ha llegado a la conclusión de que cada año adicional de educación aumenta los ingresos de una persona en un 10% en promedio. La calidad de la educación también importa. En Estados Unidos, por ejemplo, la sustitución de un docente de baja calidad en un aula de escuela primaria por otro de calidad media provoca un aumento de USD 250 000 en los ingresos que tendrán en conjunto los alumnos de esa aula a lo largo de su vida.
Pero las capacidades cognitivas no son las únicas dimensiones del capital humano que cuentan. Las habilidades socioemocionales, como la determinación y la diligencia, a menudo generan beneficios económicos igualmente elevados. La salud también es importante: las personas más sanas tienden a ser más productivas. Pensemos en lo que sucede cuando los niños dejan de tener lombrices parasitarias. Un estudio realizado en Kenya en 2015 reveló que, si se administraban medicamentos antiparasitarios en la infancia, se reducía el ausentismo escolar y aumentaban los salarios en la edad adulta hasta en un 20 %; es decir, se obtenían beneficios para toda la vida a partir de una píldora cuya producción y distribución cuesta alrededor de 30 centavos de dólar.
Las diferentes dimensiones del capital humano se complementan entre sí desde una edad temprana. Una nutrición y estimulación adecuadas en el útero y durante la primera infancia mejoran el bienestar físico y mental en las etapas posteriores de la vida. Si bien algunos déficits en las habilidades cognitivas y socioemocionales que se manifiestan a una edad temprana pueden subsanarse posteriormente, los costos se vuelven más elevados a medida que los niños se acercan a la adolescencia. Por lo tanto, no es de extrañar que una de las inversiones más rentables que pueden hacer los Gobiernos consista en centrarse en el capital humano durante los primeros 1000 días de vida de un niño.
¿Qué tiene que ver todo esto con el crecimiento económico? Para empezar, cuando se suman los beneficios de las inversiones individuales en capital humano, el impacto global es mayor que la suma de las partes. Pensemos de nuevo en los escolares de Kenya: cuando se desparasita a un niño también se reducen las posibilidades de que otros se infecten, lo que a su vez los predispone para un mejor aprendizaje y salarios más altos. Además, algunos de los beneficios de la mejora del capital humano se extienden más allá de la generación en la que se realizan las inversiones. Por ejemplo, educar a las madres en la atención prenatal mejora la salud de sus hijos en la infancia.
Las inversiones individuales en capital humano suman: los economistas del desarrollo han estimado que el capital humano por sí solo explica entre el 10% y el 30% de las diferencias en el ingreso per cápita de los países. Estos efectos positivos también persisten en el tiempo. A mediados del siglo XIX, el estado de São Paulo, en Brasil, alentó la inmigración de europeos instruidos en determinados asentamientos. Más de 100 años después, esos mismos asentamientos muestran un nivel educativo más elevado, una mayor proporción de trabajadores en el sector manufacturero frente al agrícola y un ingreso per cápita más alto.
La educación genera beneficios especialmente significativos, por lo que desempeña un papel importante en la reducción de la pobreza. La historia de éxito de Ghana es prueba de esta relación: a lo largo de la década de 1990 y en los primeros años de este siglo, el país duplicó su gasto en educación y mejoró drásticamente sus tasas de matriculación en la escuela primaria. Como resultado, la tasa de alfabetización aumentó 64 puntos porcentuales desde principios de la década de 1990 hasta 2012, y la tasa de pobreza se redujo del 61 % al 13 %.
Las inversiones en educación también pueden reducir la desigualdad. En la mayoría de los países, los hijos de personas más acomodadas empiezan a tener acceso a mejores oportunidades a una edad temprana, lo que les genera ventajas para toda la vida, mientras que los niños de padres más pobres no tienen estas oportunidades. Cuando los Gobiernos toman medidas para corregir ese problema, la desigualdad económica tiende a disminuir. En un estudio publicado este año elaborado a partir de una prueba realizada en Carolina del Norte, se calculó que, si en Estados Unidos los programas de desarrollo en la primera infancia tuvieran cobertura universal, la desigualdad de ingresos del país se reduciría un 7%, lo suficiente para alcanzar los niveles de equidad de Canadá.
Los beneficios sociales de invertir en capital humano van aún más allá. Cuando una persona permanece más tiempo en la escuela, se reduce la probabilidad de que cometa un delito. Lo mismo sucede con los programas que mejoran las habilidades no cognitivas. En un estudio realizado en Liberia en 2017, se inscribió a un grupo de traficantes de drogas, ladrones y otros hombres con predisposición delictiva en terapias cognitivas conductuales para que desarrollasen habilidades tales como el reconocimiento de las emociones, la mejora del autocontrol y el manejo de situaciones difíciles. El programa, combinado con la transferencia de una pequeña suma de dinero en efectivo, redujo considerablemente las probabilidades de que estos hombres reincidieran en la delincuencia.
El capital humano también está asociado a la participación social. A mediados de la década de 1970, Nigeria introdujo la educación primaria universal, con lo que se incorporó a la escuela una gran cantidad de niños que de otro modo no habrían asistido. Años más tarde, esas mismas personas tendían a prestar más atención a las noticias, a hablar con sus pares sobre política, a asistir a reuniones comunitarias y a votar.
Las inversiones en capital humano también aumentan la confianza. Las personas más educadas confían más en los demás, y las sociedades más confiadas tienden a lograr mayor crecimiento económico. También son más tolerantes: las investigaciones sugieren que la amplia ola de reformas referidas a la enseñanza obligatoria que tuvo lugar en toda Europa a mediados del siglo xx promovió en la población una actitud más receptiva hacia los inmigrantes.
LA MANO VISIBLE
El capital humano no se materializa por sí solo, sino que debe nutrirlo el Estado. En parte, esto se debe a que con frecuencia no se tienen en cuenta los beneficios que las inversiones en las personas pueden generar para los demás. Por ejemplo, al decidir si van a desparasitar a sus hijos, los padres toman en cuenta las posibles mejoras para la salud de sus propios niños, pero rara vez piensan que el tratamiento reducirá el riesgo de infección en los otros. O cuando deciden si pagarán la matrícula de sus hijos en el jardín de infantes, es posible que no consideren los beneficios sociales más amplios que esto conllevará, como la reducción de las tasas de delincuencia y encarcelamiento. Estos efectos secundarios son significativos: en un estudio realizado en 2010 sobre un programa preescolar desarrollado en Michigan en la década de 1960, se estimó que por cada USD 1 gastado, la sociedad recibió beneficios por un valor de entre USD 7 y USD 12.
En ocasiones, las normas sociales inducen a los padres a abstenerse de invertir en sus hijos e hijas. Aunque la preferencia de los progenitores por los hijos varones sobre las niñas está bien documentada, el alcance de la discriminación puede ser asombroso. El Gobierno de India ha calculado que en el país hay hasta 21 millones de “niñas no deseadas”, es decir, niñas cuyos padres deseaban tener varones, y en quienes invierten mucho menos, tanto en lo que respecta a la salud como a la educación. Otras veces, las familias desean invertir en el capital humano de sus niños, pero simplemente no pueden permitírselo. Los padres pobres de niños talentosos no pueden pedir un préstamo sobre las futuras ganancias de sus hijos para pagar la escuela hoy. E incluso cuando la enseñanza es gratuita, los padres siguen teniendo que solventar el transporte y los útiles escolares, por no mencionar el costo de oportunidad que surge debido a que el niño en el aula no puede trabajar para obtener ingresos adicionales para su familia.
A pesar de que invertir en capital humano es crucial para los Gobiernos, la política a menudo se interpone en el camino. Los políticos pueden carecer del incentivo necesario para apoyar iniciativas que quizá tarden décadas en dar frutos. Por ejemplo, mientras no se desate una pandemia, por lo general pueden permitirse descuidar la salud pública. Raras veces resulta una medida popular financiar programas de salud pública que implican elevar los impuestos o desviar fondos de gastos más visibles, como las obras de infraestructura o los subsidios públicos. El Gobierno de Nigeria encontró una fuerte resistencia en 2012 cuando eliminó el subsidio a los combustibles con el fin de ampliar el gasto en servicios de salud maternoinfantil. La cobertura de los medios de comunicación se centró en la impopular eliminación del subsidio y prestó escasa atención a la tan necesaria expansión de la atención primaria de la salud. Tras amplias protestas públicas, el subsidio se restableció. En algunos países, esta resistencia se explica en parte por la debilidad del contrato social: los ciudadanos no confían en su Gobierno y dudan a la hora de pagar los impuestos, ya que temen que se malgasten.
El problema de la implementación es igualmente abrumador. En todo el mundo, hay demasiados niños y niñas que no saben leer porque sus maestros no están adecuadamente capacitados. Los indicadores de prestación de servicios (iniciativa puesta en marcha por el Grupo Banco Mundial en colaboración con el Consorcio Africano de Investigaciones Económicas para reunir datos sobre los países de África al sur del Sahara) han puesto de manifiesto la gravedad del problema.
El capital humano no se materializa por sí solo, sino que debe nutrirlo el Estado.
En los siete países analizados —Kenya, Mozambique, Nigeria, Senegal, Tanzanía, Togo y Uganda— solo el 66 % de los docentes de cuarto grado dominaba el programa académico de lengua que se suponía debía enseñar, y únicamente el 68 % tenía el conocimiento mínimo necesario para enseñar matemáticas. En lo que respecta a la atención de la salud, los profesionales médicos de estos países eran capaces de diagnosticar correctamente afecciones comunes como paludismo, diarrea, neumonía, tuberculosis y diabetes en apenas el 53 % de los casos.
La implementación representa también un desafío en los lugares donde las personas que prestan un servicio determinado carecen de motivación para hacer bien su trabajo. En esos mismos siete países, en promedio, los maestros enseñaban solo la mitad del tiempo establecido. En muchos casos, el problema estriba en que los empleados públicos trabajan en burocracias politizadas, donde los ascensos se basan en las conexiones, no en el desempeño.
Sin embargo, ha habido experiencias con resultados positivos. Cuando los incentivos de los Gobiernos centrales, los Gobiernos locales y los prestadores de servicios están en sintonía, los países pueden hacer grandes avances para mejorar el capital humano. Ese fue el caso del Plan Nacer, que se lanzó en Argentina en 2004 con el respaldo del Grupo Banco Mundial y brinda seguro médico a familias que no lo tienen. El Plan Nacer entregaba fondos a las provincias sobre la base de indicadores que medían el alcance y la calidad de sus servicios de salud maternoinfantil, con lo cual se incentivó a las provincias a invertir en una mejor atención. Así se logró que entre los beneficiarios del plan se redujera en un 19 % la probabilidad de bajo peso al nacer.
Las poblaciones en los países en desarrollo cada vez exigen mejor atención de la salud y educación. En Perú, por ejemplo, gracias a una excelente campaña impulsada por grupos de la sociedad civil, se logró incluir decididamente el retraso del crecimiento de los niños en el programa político para 2006, que era un año electoral. Los políticos reaccionaron estableciendo un objetivo claro: reducir esa afección alrededor de 5 puntos porcentuales en cinco años. El resultado del país superó incluso esa ambiciosa meta: entre 2008 y 2016, la tasa de retraso del crecimiento de los niños menores de 5 años cayó aproximadamente 15 puntos porcentuales. Eso demostró que el cambio era posible.
EL PODER DE LAS MEDICIONES
Cuando políticos y burócratas no cumplen, quienes más sufren son los pobres. Sin embargo, existe una forma de empoderar a las personas para que exijan los servicios que se merecen: la transparencia. Si los ciudadanos tienen mejor acceso a la información, pueden saber qué están haciendo o no sus líderes y quienes desempeñan cargos públicos. Por ejemplo, en 2005, en Uganda, investigadores que trabajaban con organizaciones comunitarias divulgaron fichas de calificación de los establecimientos de salud locales, y eso movilizó a las comunidades a exigir mejores servicios. Como consecuencia de esta simple medida, los resultados de salud mejoraron de manera sostenida; por ejemplo, se redujo la mortalidad de los niños menores de 5 años. De manera similar, en 2001, tras conocerse los puntajes decepcionantes que Alemania había obtenido en su primera participación en el Programa Internacional de Evaluación de Estudiantes (PISA), resultado que avergonzó al pueblo germano (lo que se conoció como el “shock de PISA”), el Gobierno puso en marcha importantes reformas educativas que mejoraron el aprendizaje.
Las evaluaciones del aprendizaje fueron igualmente significativas en Tanzanía. En 2011, la organización no gubernamental Twaweza, con el respaldo del Grupo Banco Mundial, publicó los resultados de un estudio en el que se habían evaluado la alfabetización y las nociones elementales de aritmética de los niños. Las conclusiones fueron desalentadoras: solo 3 de cada 10 alumnos de tercer grado tenían buen dominio de las nociones de aritmética de segundo grado, y menos de 3 podían leer un cuento en inglés para niños de segundo grado. Más o menos en la misma época, se dieron a conocer los resultados de los estudios de indicadores de prestación de servicios, que llamaron la atención acerca de la falta de competencia y el ausentismo de los docentes. Ante la consiguiente protesta del público, el Gobierno introdujo la iniciativa “Big Results Now” (Resultados importantes ya) para encarar los bajos niveles de aprendizaje.
Tal como lo demuestran estos ejemplos, la publicación de análisis creíbles sobre el estado del desarrollo del capital humano puede favorecer que se tomen medidas. En esta lógica se basan los indicadores que el Grupo Banco Mundial está elaborando para medir elementos clave del capital humano. En los países donde las inversiones en capital humano son ineficaces, estas mediciones también pueden servir como llamado a la acción. Estamos concentrando nuestros esfuerzos en la salud y la educación teniendo en cuenta los aspectos básicos. Los niños que nacen hoy ¿vivirán lo suficiente para poder ir a la escuela? Si sobreviven, ¿se matricularán en la escuela? ¿Durante cuántos años y cuánto aprenderán? Cuando terminen la escuela secundaria, ¿estarán en buenas condiciones de salud y preparados para poder seguir aprendiendo y trabajar en el futuro?
En muchos países en desarrollo, aún queda mucho por hacer en cuanto a la salud de los jóvenes. En Benin, Burkina Faso y Côte d’Ivoire, el 10 % de los niños que nazcan hoy no sobrevivirán hasta su quinto cumpleaños. En Asia meridional, como resultado de la malnutrición crónica, más de un tercio de los niños menores de 5 años tienen una talla baja para su edad, lo cual afecta su desarrollo cerebral y limita seriamente su capacidad de aprender.
Del mismo modo, es preocupante el estado de la educación. Para comprender mejor si la escolaridad se traduce en aprendizaje, el Grupo Banco Mundial, en colaboración con el Instituto de Estadística de la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (UNESCO), ha elaborado una nueva base de datos integral de puntajes en las pruebas de rendimiento escolar. Hemos armonizado los resultados de varios programas de evaluación importantes que abarcan más de 150 países para que sean comparables con los puntajes de PISA. La base de datos revela enormes deficiencias en el aprendizaje: menos de la mitad de los estudiantes en los países en desarrollo alcanzan lo que en PISA se denomina “dominio mínimo” (un puntaje de aproximadamente 400), en comparación con el 86 % en las economías avanzadas. En Singapur, el 98 % de los estudiantes alcanzaron el parámetro de referencia internacional de dominio básico en la escuela secundaria; en Sudáfrica, lo logró el 26 % de los estudiantes. En otras palabras, casi todos los estudiantes de secundaria de Singapur tienen suficientes habilidades para el mundo del trabajo, mientras que casi tres cuartas partes de los jóvenes de Sudáfrica son analfabetos funcionales. Esto representa un impresionante desaprovechamiento del potencial humano.
Los ministros de Finanzas suelen pasar más tiempo preocupándose por la deuda de su país que por su capital humano.
Cuando los niños salen de la escuela, enfrentan futuros muy distintos en cuanto a la salud, según el país donde vivan. Un indicador sombrío son las tasas de supervivencia de los adultos: en los países más ricos, menos del 5 % de los jóvenes de 15 años no llegarán a cumplir 60, mientras que en las naciones más pobres, el 40 % de los jóvenes de 15 años habrán muerto antes de los 60.
Estos datos puntuales son una radiografía de las enormes diferencias que existen en materia de salud y educación entre los países. Para integrar estas distintas dimensiones del capital humano en un todo significativo, el Grupo Banco Mundial las está combinando en un único índice que mide las consecuencias de no invertir en capital humano en términos de productividad perdida de la siguiente generación de trabajadores. Nuestro análisis indica que en los países donde menos se invierte en capital humano en la actualidad, la productividad de la fuerza de trabajo del futuro será solo entre un tercio y la mitad de lo que podría ser si las personas gozaran de plena salud y recibieran una educación completa de buena calidad.
La medición de los beneficios económicos de invertir en capital humano de esta manera no reduce el valor social e intrínseco de una mejor salud y educación. Más bien, llama la atención sobre los costos económicos de no brindarlas. Los ministros de Finanzas suelen pasar más tiempo preocupándose por la deuda de su país que por su capital humano. Al demostrar los efectos beneficiosos de las inversiones en capital humano sobre la productividad de los trabajadores, el Grupo Banco Mundial puede conseguir que los encargados de formular las políticas se preocupen tanto por lo que sucede en sus escuelas y hospitales como por lo que ocurre en la cuenta corriente del país.
Además, el índice estará acompañado de una clasificación, que debería servir como un llamado a la acción en aquellos países donde las inversiones sean insuficientes. Con el informe Doing Business aprendimos que pueden tomarse las medidas más integrales, pero que de ellas no siempre se derivan reformas. La existencia de una clasificación expone la cuestión directamente ante los jefes de Estado y los ministros de Finanzas, y hace que sea difícil ignorar las evidencias.
Las comparaciones entre países son solo el primer paso. Para que los Gobiernos puedan identificar qué inversiones en capital humano arrojarán resultados, tienen que ser capaces de medir los diversos factores que contribuyen a ese capital humano. Contar con mejores mediciones es un bien público y, como ocurre con la mayoría de los bienes públicos, nunca hay suficientes fondos para ello. El Grupo Banco Mundial puede agregar valor real en este aspecto: puede ayudar a armonizar las diversas iniciativas sobre mediciones entre los asociados para el desarrollo, recabar más información de mejor calidad, asesorar a los encargados de formular las políticas acerca de cómo utilizarla, brindar apoyo técnico y ayudar a diseñar intervenciones eficaces.
EL CAPITAL HUMANO EN EL SIGLO XXI
El capital humano es importante para las personas, las economías, las sociedades y la estabilidad mundial. También es importante a lo largo de las generaciones. Cuando los países no invierten productivamente en capital humano, los costos son enormes, sobre todo para los más pobres. Y estos altos costos ponen a las nuevas generaciones en seria desventaja. Dado que ante los avances tecnológicos se valoran más las habilidades de orden superior, si los países no sientan las bases para que sus ciudadanos puedan llevar vidas productivas, ello no solamente tendrá costos elevados, sino que también generará más desigualdad. Además, se pondrá en riesgo la seguridad, ya que las aspiraciones insatisfechas pueden derivar en agitación.
Tener mejor información es solo una parte de la respuesta. Para empezar, es difícil para un Gobierno brindar servicios de calidad cuando no hay suficiente dinero. En consecuencia, los países que crónicamente no invierten lo suficiente en capital humano deberán eliminar lagunas y exenciones impositivas, mejorar la recaudación fiscal y reorientar el gasto dejando de otorgar subsidios ineficientes. Por ejemplo, en los últimos años, tanto Egipto como Indonesia han reducido de manera drástica sus subsidios a la energía y han reasignado esos recursos a redes de protección social y a la atención de la salud. Un mayor ingreso fiscal puede ir de la mano de mejores resultados de salud. Entre 2012 y 2016, gracias a lo ingresado por el impuesto al tabaco, Filipinas pudo triplicar tanto el presupuesto del Departamento de Salud como el porcentaje de su población que recibía seguro médico. En Estados Unidos, ciudades como Filadelfia decidieron utilizar recursos de los impuestos a las bebidas gaseosas para financiar la educación en la primera infancia.
Sin embargo, no basta con incrementar el financiamiento. Algunos países tendrán que trabajar para mejorar la eficiencia de sus servicios sociales y mantener, al mismo tiempo, su calidad. En Brasil, por ejemplo, según un estudio reciente del Grupo Banco Mundial, las mejoras en eficiencia en el sector de la salud a nivel local podrían generar ahorros equivalentes al 0,3 % del producto interno bruto. En otros países, será fundamental poder conciliar los intereses contrapuestos de las partes interesadas. Las décadas de experiencia de Chile en materia de reforma educativa demostraron la importancia de formar coaliciones políticas para concentrarse en una meta clave: el aprendizaje para todos. En 2004, el país logró introducir la remuneración por desempeño para los docentes, equilibrando dicha reforma con concesiones a los sindicatos docentes.
Cualquiera que sea el punto de partida, es fundamental contar con mediciones más adecuadas. Al final de cuentas, solo puede mejorarse aquello que se mide. Las mediciones cada vez más exactas deberían generar expectativas comunes acerca de las reformas necesarias. También deberían aclarar interrogantes acerca de las prioridades, generar un debate útil sobre diversas políticas y promover la transparencia.
En 1949, el presidente del Banco Mundial, John McCloy, escribió en estas páginas: “El desarrollo no es algo que pueda bosquejarse en un tablero de dibujo y luego hacerse realidad con la varita mágica de la asistencia monetaria”. A menudo, sostenía McCloy, existe una brecha entre los conceptos de desarrollo y su implementación en la práctica. Esa es precisamente la brecha que el índice de capital humano del Grupo Banco Mundial pretende cerrar. Las nuevas mediciones alentarán a los países a invertir en capital humano con un intenso sentido de urgencia. Eso ayudará a preparar a todos para competir y prosperar en la economía del futuro, cualquiera que esta sea, y a hacer que el sistema mundial funcione para todos. El costo de no realizar esas inversiones sería simplemente demasiado alto para la solidaridad humana y el progreso humano.