La salud de la banca mundial previo a la pandemia puede considerarse como aceptable. Los niveles de capitalización a nivel global así lo demuestran. La solvencia global de los bancos era de 5.35% en 2011, mientras que en el año 2019 el 6.87%. En América Latina los bancos tienen un solvencia de 15.3% en promedio a diciembre de 2019, muy por encima del 7% recomendado por el Comité de Supervisión Bancaria de Basilea. El examen de este indicador debería ser suficiente para entender el esfuerzo financiero realizado para construir colchones de capital. Tal y como lo menciona la teoría económica y financiera el capital cumple diversas funciones macroeconómicas y microeconómicas. Por un lado, está la función de absorción de pérdidas ante eventos inesperados adversos, por otro, la protección de los depósitos del público. El sistema de seguro de depósito de los Estados Unidos (FDCI) menciona adicionalmente la promoción de la confianza del público, la morigeración del excesivo crecimiento del activo entre otras razones.
Es de destacar que en estos momentos la banca y sector financiero global son un puntal para la atención del público, mantener sus recursos líquidos disponibles, permitir las transacciones por múltiples canales, canalizar las ayudas gubernamentales a los grupos económicamente vulnerables.
Igualmente, se han dispuesto masivamente alivios financieros a los clientes para mejorar la capacidad de pago. Hoy se hacen esfuerzos ingentes para que la inclusión financiera siga su curso. Esto permite economías modernas, reduce los costos de transacción, es un incentivo a la formalidad económica. Una vez la incertidumbre actual se despeje, estamos seguros del rol de la banca en la reactivación, al financiar nuevos proyectos de consumo e inversión, atendiendo hogares, empresas y gobiernos. Siempre con el ánimo de tener un sistema financiero que llegue a más porciones de la población, con los mejores canales disponibles. La reactivación sin duda pasará por nuestro sistema bancario y financiero.
Nos encontramos en medio de la mayor crisis que ha vivido nuestra generación, enfrentar la actual pandemia de COVID-19. Algo para lo cual ningún país se encontraba preparado, ha demandado cuarentenas de diversos tipos en la necesidad de reforzar los precarios sistemas de salud, afectando, también, el normal desempeño de los agentes económicos, forzando a los Gobiernos y Estados a acudir al rescate con diversos planes de emergencia, que, en muchos casos, no han sido suficientes para mitigar los efectos negativos. Y es que tienen la dura tarea de preservar la cadena de pagos, mantener a las empresas, que registran pocas ventas, solventes y capaces de asumir sus obligaciones financieras. Entre ellas los salarios de su personal, de modo que ellos, a su vez, puedan afrontar sus obligaciones como son el pago de servicios, créditos e incluso cubrir sus necesidades básicas. Los hogares, las empresas, las economías de nuestra región latinoamericana, están muy afectadas y costará muchos esfuerzos y recursos, intentar recuperar los niveles de crecimiento ya golpeados antes de la crisis.
Esta crisis, si bien está cargada de malas noticias y cuyas contingencias aún son difíciles de medir, también, viene cargada de algunas oportunidades. Las personas, todos los agentes económicos buscan reinventarse y las oportunidades son únicas e inmensas. La pandemia nos encontró en medio de la llamada “cuarta revolución”, una revolución digital que está cambiando la forma en la que actuamos y nos relacionamos, un mundo en el que las experiencias y dolencias de la gente, al momento de utilizar los productos y servicios, son determinantes y muy importantes de ser consideradas por el sistema financiero.
La utilización de plataformas y soluciones tecnológicas en la banca, ha dado un salto que obliga a trabajar más allá de lo mucho que ya se avanzó y se estaba ofertando como soluciones a las necesidades de las personas, sobre todo en busca de lograr el objetivo principal que no es otro que la plena inclusión financiera.
Inclusión financiera y educación financiera, que dejaron hace mucho tiempo de ser opción, hoy no son solución, sino, quizás salvación.
En este reporte encontrarán la variedad de monederos digitales que se han implementado en América Latina en los últimos años y que contribuyen a mejorar la inclusión financiera. Ahora, con los confinamientos y el distanciamiento social, como lo mencionamos, el uso de servicios financieros digitales, los pagos móviles y el comercio electrónico son fundamentales; los medios digitales son la vía de la inclusión. Se avanzó, pero queda mucho por hacer y a pasos agigantados. Nuestro objetivo es ir mostrándoles a través de este reporte, los pasos que vamos dando en la región para algún día alcanzar una inclusión financiera plena.
No podemos dejar de lado la educación financiera, ya que no basta con brindar acceso a servicios financieros y propiciar su uso, las personas deben recibir educación financiera para acceder a los servicios con pleno conocimiento de sus beneficios y riesgos, mejorar sus finanzas personales y mejorar la situación económica de sus familias. Solo así, las familias, e incluso las empresas, pueden estar mejor preparadas para situaciones adversas como las que estamos viviendo.
Día a día, la banca trabaja en iniciativas innovadoras para brindar educación financiera a usuarios y clientes, también, les estaremos mostrando los casos de éxito en este reporte, que tendrá carácter mensual.
Finalmente, aprovecho este espacio para destacar el trabajo de la banca y en particular del trabajador bancario, aquél que a pesar de la cuarentena ha seguido atendiendo al cliente, asumiendo riesgos, pero garantizando a la población el acceso a sus recursos, manteniendo la fluidez económica y preservando el orden social. Gracias a todos ellos.